viernes, 13 de noviembre de 2020

Ludovic y el color rosa

 


   Escena de la película Mi vida en rosa


  En 1997, el director Alain Berliner estrenaba su película Mi vida en rosa, un drama que gira en torno al personaje de Ludovic, un niño que se piensa así mismo como una niña, y que no comprende, si él se siente de ese modo, por qué tiene el cuerpo de un varón, motivo que hará que la historia nos muestre todas las explicaciones que el niñe inventa sobre por qué habita un cuerpo que no siente como propio.

 Los padres del pequeño lo reprimen al descubrir que sucede algo con otro niño, cuando ven que ambos juegan a que contraen matrimonio, mientras Ludovic viste un vestido y se encuentra a punto de besar a un varón. Esto genera un gran escándalo dentro de la familia y a Ludovic se le prohíbe relacionarse con aquel otro niñe. Los giros de la trama hacen que dentro del vecindario se descubra la «trasgresión» del pequeño, razón por la cual la familia decide mudarse a otro barrio.

  Mi vida en rosa es la historia que atraviesan muchas personas. ¿Logramos comprender las personas cis el sufrimiento que conlleva ser portador de un sexo ajeno? ¿Podemos sentir en carne propia lo que es habitar un cuerpo que nuestra psiquis no reconoce como propio?

 Son muchos los interrogantes que pueden hacerse sobre la transexualidad, porque podemos empatizar sobre el conflicto social que conlleva, pero la realidad es que los cuerpos cis no podemos llegar a dimensionar el sufrimiento de ser condenado por no concordar con el cuerpo designado al nacer.

 La película de Berliner nos muestra cómo el protagonista inventa teorías y busca explicaciones de cómo se cometió un error al haber nacido en cuerpo de varón. Nos hace reflexionar sobre cómo se construye el género, contextualizado en un entramado cultural y no como algo dado dentro del orden de lo biológico.

 El protagonista es castigado por sus padres por querer usar vestidos y arreglarse, tal y como se le permite a una niña. Sobre la figura del varón pesa una serie de prejuicios y condenas sobre lo que debe hacer y lo que lo convierte en un «marica». El hombre crece junto a una serie de exigencias en torno a su virilidad y en cómo debe comportarse o relacionarse con las mujeres.

 La madre de Ludovic lo castiga y reprende, mientras lo trata como si fuese le vergüenza de la familia. Sin embargo, una persona que encuentra su género o que descubre su sexualidad nada la va a detener para realizarse. Ningún castigo o restricción iba a hacer que Ludovic se comportara como un niño y sacrificara su propia libertad, no hay represión que pueda con el deseo sexual o el reconocimiento dentro de un género en este mundo binario.

 Nos inculcan que determinados comportamientos son de una dama, que tales actividades son para los caballeros, quienes no deben llevar puesto vestidos, no como Ludovic que con alegría elige sus prendas rosadas que tanta devoción le provocan.

 Una persona que no entra dentro de esta lógica binaria suele ser discriminada, burlada y castigada por la sociedad de la que forma parte. La cultura dominante buscará reprimirle sus impulsos carnales de ser él mismo, y aún si eso implica los espantos sociales que produce un hombre vestido con pollera y guillerminas, nada detendrá a quien elige seguir su propio deseo.

 Ninguna mujer cis es más femenina ni más auténtica que una mujer transexual, que tiene que luchar para ser reconocida como tal. Ningún hombre trans merece una violación por no cumplir con los estándares sociales que nos han impuesto ¿Cuántas injusticias más hay que tolerar por soportar a un sector retrógrada que se manifiesta con odio ante cualquier transformación cultural que acontece? ¿Cuántos y cuántas Ludovic luchan, desde los brazos maternos, para poder ser felices con el cuerpo en el que nacieron?

 Les niñes merecen crecer con libres posibilidades para elegir el propio camino que como adultos continuarán y hacer caso omiso de los mandatos que les intenta imponer el resto de la sociedad.

martes, 13 de octubre de 2020

El deseo ignorado

 


Pintura: Daniel Barkey



Durante siglos existió la creencia de que belleza y sensualidad eran sinónimos de mujer. Los atributos que se le asignaban, y que la diferenciaban de forma tan opuesta al género masculino, configuraron no solo una visión estereotipada sobre la femineidad, también un ideal de belleza dentro de la estética que los artistas se empecinarían en alcanzar. La concepción de lo bello irá mutando y se acomodará a cada uno de los contextos socioculturales de los momentos que constituirán la Historia del Arte. No es lo mismo analizar el desnudo de un pintor renacentista donde, ante todo, se aspiraba a llegar a la armonía y proporcionalidad de las formas que hablar de la belleza romántica, que se opone a los dominios de la razón. No obstante, el cuerpo femenino continuó siendo la devoción de los artistas, incluso también en las mujeres que en el arte comenzaron a tener reconocimiento por su trabajo.

 En determinado momento de esta historia comienzan a aparecer obras que demuestran que el cuerpo masculino tiene el mismo potencial de mostrar su belleza y que, en realidad, lo que cambia es la mirada; que deja de estar determinada por la cultura patriarcal dominante. El hombre comienza a ser mostrado en actitudes más femeninas o amaneradas, cambiando las poses que el pintor elige para representar a su modelo. Se exaltan otras cualidades de su cuerpo, se busca generar sus propias curvas, cuestiones que genera una ruptura con el concepto trillado de virilidad. Estas imágenes no tienen la intención de enmarcar al varón por sus cualidades biológicas o capacidades físicas; por el contrario, muestran un lado más sensible, e inherente a todo ser humano, que generan una ruptura con los cánones de belleza que el arte solía utilizar.

 Sin embargo, estas obras no son las que se muestran con mayor frecuencia, o por lo menos no se encuentran en el discurso estético dominante. Aquella concepción de la belleza como un atributo femenino se vio llevada a su punto máximo con la aparición de los medios masivos de comunicación. El resultado fue un nuevo tipo de control del sistema patriarcal a través del uso de la imagen visual, más efectivo e inmediato. Las mujeres comenzaron su emancipación económica; pero continuaron, inclusive hasta el día de hoy, siendo un objeto mercantilizado y dominado por la industria del sexo.

Cuando visito museos de arte y observo cada uno de los desnudos que conserva su patrimonio, me es inevitable preguntarme una y otra vez: ¿Dónde se encuentra el deseo sexual femenino?  Cada imagen que se recorre está pensada para la masculinidad dominante, el lugar de la mujer en un museo está también al servicio la sexualización de su cuerpo en la imagen. ¿Dónde están los hombres desnudos con sus cuerpos esbeltos y sensuales? Al observar el cuadro de una joven que reposa entre pliegues y almohadones, mientras mira con sus ojos al espectador, interpelándolo con la mirada, no puedo evitar preguntarme: ¿Dónde se encuentra el deseo de la mujer en la Historia del Arte?

¿Se supone que me tengo que identificar con ese desnudo de la amante de un tal Luis no sé cuánto? ¿Acaso me tengo que conformar con verme reflejada como objeto sexualizado y nunca como persona íntegra? ¿Dónde están las mujeres artistas pintando desnudos masculinos?

 Los muesos especializados en Historia del Arte o en Arte Moderno son los principales proveedores de pornografía histórica, instituciones que brinda un culto al pene hétero, donde las pintoras mujeres escasean. Finalizo con una frase emblemática del colectivo artístico Guerrilla Girls: «¿Tienen que estar desnudas las mujeres para estar en el museo metropolitano?» Hasta ahora pareciera que sí.

domingo, 27 de septiembre de 2020

La firma


 

  La historia del arte está plagada de mitos y leyendas que giran en torno a las «obras maestras». Muchas de estas han sido atribuidas a supuestos artistas que se han enriquecido con sus innumerables ventas.

 Para una mujer no era fácil consagrar su obra, por este motivo, muchas de ellas hacían firmar sus cuadros o novelas con el nombre de sus maridos. Ellos gozaron de su fama y reputación a costa del trabajo de estas artistas.

 El caso de Tintoretto es uno de los más conocidos. En el siglo XVI, este pintor se casó con una joven aficionada a la pintura. Su padre no le había permitido estudiar, pero al casarse con este artista pudo formarse de manera profesional.

 Es hasta el día de hoy que las obras más célebres de Tintoretto son en realidad producciones pintadas por su esposa. Las menos conocidas fueron las elaboradas por este artista fraudulento, que hacía a su mujer firmar los cuadros con su nombre.

 El caso de Tintoretto es uno de los tantos fraudes de la historia del arte, y es bien reflejado en la película La esposa (The wife). En ella un escritor de alto reconocimiento es ganador del Premio Nobel de Literatura, pero a medida que pasan los minutos de la pieza audiovisual podemos comprender que el verdadero escritor no se trata de este carismático señor. La verdadera creadora de las novelas era su esposa, quien por ser mujer coincidió que era mejor que a su marido se le atribuyera la fama por su trabajo.

 Son tantas las investigaciones que se han llevado a cabo sobre mujeres escondidas en el arte que se han producido películas y artículos sobre el tema. Hace unos cincuenta años ser mujer y artista hacía que su firma se viera desvalorizada, muchos curadores o editores rechazaban trabajos creados por mujeres.

 ¿Qué sucedió con las jóvenes que formaron parte de la generación beat de los Estados Unidos? Terminaron, muchas de ellas, olvidadas en las estanterías de la literatura norteamericana. Buscaron escribir y vivir los placeres como a un hombre le era permitido. ¿Quiénes trascendieron como los fundadores de este estilo literario? Allen Ginsberg, Jack Kerouac, entre otros hombres. Entonces es válida la pregunta: ¿Cuántas mujeres más han sido relegadas del mundo artístico?

 La película de Tim Burton Ojos grandes (Big eyes) también representa una historia basada en hechos reales sobre un hombre que hace a su mujer firmar las pinturas con su nombre, para poder gozar de la fama que él, por su cuenta, nunca conseguiría. Margaret Keane fue una pintora, a quien durante mucho tiempo se la relegó de su lugar como artista para complacer a su marido.

 ¿Cuántas pintoras, músicas, escritoras, dramaturgas habrá que no pudieron vivir de su trabajo con su nombre? A medida que pasan los años aparecen nuevas figuras y es probable que descubramos nuevos rostros y nombres escondidos en la historia del arte.

 

jueves, 27 de agosto de 2020

El dibujante

 


Escena de la película El contrato del dibujante



El cine de Peter Greenaway se caracteriza por el minucioso trabajo visual en cada una de las tomas de sus películas, el trabajo de la dirección de arte es clave para la producción de sus piezas. Es muy común encontrar imágenes con encuadres centrados y el uso de la hipérbole, que acude a lo grotesco para desarrollar los escenarios en los que se encuentran los personajes.

 El contrato del dibujante (The draughtsman's contract) se estrenó en 1982, cuenta la historia del caballero Neville, un dibujante que llega a la mansión de Mr.Herbert para producir doce dibujos de dicha edificación. Sin embargo, en ausencia de este señor conoce a su mujer, una dama que llevará a cabo un contrato con el protagonista en el que, además de aportar sus honorarios económicos, esta mantendrá relaciones sexuales con él. Así, Neville pasa sus días en la mansión junto a personajes del rococó inglés, con sus maquillajes y sus prendas sobrecargadas. Cada toma de la película se produjo con un exigente trabajo visual en cada uno de los personajes, que parecieran posar como estatuillas para una fotografía, dialogan en los jardines mientras lucen sus trajes y pelucas blancas. El personaje del dibujante se destaca por vestir de negro cuando el resto viste de blanco, o de forma inversa a medida que transcurre la película. Su sombrero lo caracteriza y diferencia del resto, mientras trabaja con una máquina que le permite definir el encuadre de sus dibujos.

 El personaje principal hará que la dama cumpla con su contrato, pero, a medida que trascurre la historia, Mr. Neville descubrirá nuevos conflictos cotidianos dentro de la mansión de Mr. Herbert.

 No es posible disfrutar de esta película sin la banda sonora de la mano de Michael Neyman, compositor que musicaliza la mayor parte de sus obras. Es clave la música para que la trama se desenvuelva y le dé el carácter grotesco, acompañada por las vestimentas, las poses y los diálogos de los personajes en los que la historia se desarrolla.

 Me es imposible, como artista visual, no analizar la estética de cada una de sus películas, porque su trabajo es detallista y corona sus producciones con un halo místico en el desarrollo de cada una de sus escenas.

 Las películas de Peter Greenaway son piezas perfectas, donde la música y la estética nos envuelven en historias que trascurren de forma lenta, pero que no dejan de sumergirnos en un universo que el autor logra generar en el espectador.

El lenguaje inclusivo

 



El lenguaje inclusivo es una alternativa ante una lengua cuyos yacimientos provienen de una cultura patriarcal, hegemónica y dominante, que no incluyen en las terminaciones de sus pronombres y sustantivos, que indican sujetos, a sectores de la sociedad excluidos. Estos son: mujeres, transexuales y no binaries.

 Este nuevo lenguaje propone suplantar las letras «o» y la letra «a» por la letra «e» y así incluir a personas cuyo género no se reconoce bajo lo femenino o lo masculino.

 El problema es que nuestra cultura se funda en una lógica binaria. De esta manera, no importa todo lo que se sale de esa norma. La ropa que vestimos, el perfume que utilizamos y el lenguaje del que nos apropiamos está condicionado a esa lógica.

 El rechazo que provoca esta nueva propuesta proviene de los sectores que se resisten a los cambios inevitables del lenguaje (dado que este una estructura dinámica que se va transformando con el correr del tiempo), no se detienen a analizar la importancia de este cambio estructural en la lengua.

 Con intolerancia se refugian en los conceptos de la Real Academia Española, institución que se encarga de la reglamentación lingüística y gramatical bajo la corona de la realeza española. Como si el lenguaje no fuera parte del mismo dinamismo con el que se desplazan los cambios culturales.

 Estos argumentos ocultan una ideología que no tolera la diversidad que durante estos años se ha invisibilizado. Esconden, en su discurso en defensa de la lengua y el idioma, una evidente homofobia y misoginia. Sostienen que el uso de la “e” es problemático, que el masculino en la lengua española también incluye al femenino. Aun así, cuando uno dice «El hombre» (refiriéndose a la raza humana) abarca solo al género masculino, y así excluye al resto de les humanes. El lenguaje nunca deja de estar cargado de ideología.

  Aun así, cuesta apropiarse de esta nueva lengua por completo y su deconstrucción llevará tiempo, porque en este momento nos encontramos en una transición que aún no sabemos bien hacia donde nos llevará.

 Será difícil combatir la ignorancia y el pensamiento retrógrada que gira en torno a este debate porque hay generaciones que se resisten. En un futuro este tema se va a dar por terminado y la reglamentación de este lenguaje será inevitable. Por todes les trans, no binaries y mujeres que hemos sido excluides del idioma, por toda la diversidad que hoy no calla sus reclamos, por los siglos de violencia contra las mujeres, por el fin de una intolerancia que muchas veces llega a lo sangriento con tal de perpetuar su ideología.

 Les compañeres seremos más visibles que nunca y continuaremos combatiendo la misoginia y la homofobia, en cada uno de sus aspectos, hasta que no queden rastros de ideales conservadores en nuestra cultura.

viernes, 17 de julio de 2020

El paciente


                                                                     Escena de la película Atrapado sin salida


  En 1975, Milos Forman estrenaba la película Atrapado sin salida. La historia transcurre en un hospital psiquiátrico de Estados Unidos, cuando un día, es trasladado desde la cárcel, un nuevo paciente llamado Randle McMurphy. Este es un delincuente que se hace pasar por convaleciente de una enfermedad mental para salir de la cárcel y pasar su condena internado en esta institución llena de «locos». En ella se hace amigo de los pacientes con quienes organizan partidas de cartas, juegan al basquetbol y se divierten, mientras se escapan del hospital, entre otros incumplimientos a las reglas de la institución.

 La enfermera Ratched se encarga de mantener el orden en el pabellón donde se encuentra McMurphy. Con severidad coordina reuniones entre los pacientes, especie de terapia grupal guiada por las enfermeras del hospital.

 Curioso es que en toda la película no aparece ni un psicólogo, y es que en eso se centra la trama: una crítica al sistema médico de los Estados Unidos. Los pacientes son muchas veces maltratados y sometidos a terapia electroconvulsiva. Hay cierto «orden» que la enfermera Ratched insiste que tiene que haber en la sala.

 La película es un reflejo de las falencias en las que se basa el sistema de salud mental de su país. Pareciera que, además de la carga de medicación que estos pacientes tienen que sobrellevar, la terapia consiste en una especie de entrevista grupal que la enfermera coordina.

 El desenlace de la película es fatal: uno de los enfermos se suicida y McMurphy intenta ahorcar a la enfermera en un arrebato de ira. Esto hace que el paciente se vea sometido a una lobotomía, procedimiento utilizado por la psiquiatría de la época para mantener contenidos a ciertos pacientes, con la creencia de que al generar daño cerebral en ellos los síntomas podrían disminuir. Este método del orden del espanto hizo de su creador en 1949, el neurocirujano y psiquiatra Egas Moniz, ganador del premio Nobel de Medicina.

 Por suerte, con los cambios de época, esta intervención fue prohibida en todo el mundo, dado que los resultados finales hacían que los pacientes quedaran en un estado casi vegetativo.

 El personaje de McMurphy genera una revolución dentro del encierro carcelario del neuropsiquiátrico, hace que sus compañeros puedan volver a divertirse y disfrutar, por unas horas, de la libertad que les han arrebatado. La película deja un fuerte mensaje sobre cómo se ha manejado el sistema estadounidense de su época, pero también refleja las falencias del sistema en todo el mundo. La terapia electroconvulsiva se continúa utilizando en muchos países, incluido en la Argentina, con una Ley de Salud Mental que la prohíbe. Hay provincias del norte del país que son testigos de cómo se queman cerebros para mantener orden y buen comportamiento entre los pacientes.

 La película de Milos Forman nos deja una clara lección: la lógica del encierro carcelario no funciona para el bienestar de los pacientes, retrasa sus posibles mejoras y les quitan la libertad que tienen el derecho humano de poder disfrutar. ¿Hasta cuándo va a perdurar esta idea de que encerrarlos en cuartos o pabellones es lo mejor para su salud? ¿Cuántos cerebros tuvieron que padecer lo mismo que el protagonista de la película para darse cuenta de que mutilarlos impide que la sociedad evolucione? No hay nada del orden de lo saludable en todo esto, más bien lo contrario, es el reflejo de una sociedad enferma incapaz de controlar lo que se sale de la norma.

 Por fortuna, para esto existimos los artistas, quienes podemos mostrar otras perspectivas de la realidad que nos circunscribe, mientras hacemos uso de la creatividad. Tal como ha hecho este cineasta que nos trajo esta tragedia con algunos giros cómicos que nos hacen reflexionar sobre lo que se puede lograr hacer entre tanta oscuridad.

 

domingo, 17 de mayo de 2020

La belleza



                                                        El nacimiento de venus Sandro Botticelli

  A lo largo de los cambios culturales que nuestra sociedad ha atravesado, los cánones de belleza se han transformado acorde a las épocas. La pintura, la fotografía, el cine y luego la publicidad han dejado plasmados los conceptos que atañen a lo bello y en cómo se lo piensa en cada uno de esos períodos. La belleza en el Renacimiento difiere de la belleza romántica y a su vez, esta se diferenciará de la belleza publicitaria de los años sesenta.

 Siempre que se habla de lo «bello», como un concepto que implica una norma de lo que entra o no en esa categoría, solemos pensar en cuerpos de mujeres, como si las masculinidades no fueran portadoras de sensualidad y estilo. La historia del arte se encargó de cosificar a las mujeres, por eso cuando hablamos de «belleza pre rafaelista» se nos vienen a la mente aquellas jóvenes con sus cuerpos desnudos que reposan en un bosque como ninfas. O cuando hablamos de «belleza renacentista» pensamos en las venus de Botticelli, con hombros caídos y cuerpos con curvas voluptuosas.

 Sin embargo, la realidad es que el concepto de belleza siempre será subjetivo, pese a que existe un orden que quiere imponerse como el discurso estético dominante. Hay cánones y estilos propios de cada época, y lo que no cumple con esos requisitos pasaría al plano de la fealdad.

 La belleza no es más que un estado anímico, todos somos bellos de acuerdo con el ojo de quien nos observe. Existen hegemonías y bellezas comerciales, pero la realidad es que lo determina la subjetividad de quien la contempla, por lo que no existe un único concepto de belleza.

 Es tan diverso el abanico como personas que existen. Esta llega a su plenitud cuando hay un estado mental saludable y una actitud que la acompañan, lejos de encontrarse en los rasgos físicos o en los cuerpos hegemónicos. Es algo que no puede definirse en lo tangible, es un estado de plenitud que la persona manifiesta, que incide en la imagen, la vestimenta y la desenvoltura.

 Lo bello no es un cuerpo proporcionado ni es un rostro perfecto ni unos ojos deslumbrantes, no se trata de los cánones del momento, es algo mucho más profundo, que nos atañe como seres humanos. Es esa chispa que una persona irradia, una sonrisa auténtica, es el producto de un trabajo emocional en la autoestima de una persona, lejos se encuentra de las evaluaciones físicas que pueda hacerse en nombre de la estética.

viernes, 24 de abril de 2020

La empleada y la doncella





 La película La doncella está dirigida por el director coreano Park Chan-Wook, y es considerada por muchos como un thriller psicológico.

 Una joven empleada doméstica hace un pacto con un hombre para ser llevada a la mansión donde habita una doncella con su abuelo degenerado. La idea de estos dos personajes es que la empleada entable una relación de trabajo con esta joven y que el hombre consiga tener una relación sexo afectiva con ella. La finalidad es encerrarla en un manicomio y quedarse con su fortuna.

 Pero la película tiene varios giros sorpresa que dan a entender que las cosas no estaban claras desde el punto de vista de la empleada, y es ella quien termina internada en un psiquiátrico. Pareciera que la doncella y el hombre, que tenían una relación amorosa, le habrían tendido una trampa a la empleada.

 Pero no, la película tiene otro giro mucho más interesante y es la relación entre ambas mujeres, varias escenas de sexo explícito le dan un tinte erótico a la película. Ambas se dan cuenta de las artimañas de este hombre y deciden hacerle frente para luego huir juntas.

¿Por qué elijo hablar de esta película? Porque además de lo interesante de su trama, la fotografía con la que se desarrolla y las intrigas que nos llenan de suspenso, relata la historia de dos mujeres enamoradas. Dos cuerpos que se encuentran, se tocan, se penetran, se besan, se excitan y se acaban. Dos mujeres que le hacen frente a la violencia de un hombre y a las perversiones de un anciano.

 La doncella se encuentra amenazada por su abuelo que tiene en sus aposentos una máquina de tortura. La joven está condenada a pasar el tiempo en su mansión sin poder salir de ella, hasta que conoce a su nueva empleada, y allí las cosas cambian.

 Es la historia por las que muchas personas se espantan, les repugnan la desnudes explícita no pensada para el placer de un hombre, no toleran ver esos cuerpos encontrarse en el erotismo.

 Estas películas son necesarias para curar del espanto a una sociedad que aún se horroriza por lo que uno elige hacer en la cama. Con quién uno se toca no debería de ser motivo de escándalo, con quien nos relacionamos no debería de ser tema de incumbencia de nadie.

 Por eso elijo hablar de La doncella, porque muestra de forma explícita algo por lo que la sociedad aún se aterra: el amor y el placer no al servicio de un deseo masculino.

jueves, 16 de abril de 2020

El enmascarado




 

En 1984 se estrenó en los cines la película Amadeus, una historia ficticia entre los personajes de Wolfgang Amadeus Mozart y el maestro compositor de la corte alemana: Antonio Salieri.

 Mozart es un joven, niño prodigio, que llega a la corte de Viena para trabajar al servicio del Rey. Allí conoce al maestro Salieri, quien se encarga de enseñarle piano al mandatario y de dirigir espectáculos para toda la corte.

 Esta es la historia de la envidia de un artista, considerado a sí mismo como un mediocre, hacia otro, considerado un genio musical. El personaje despreciable de Salieri manipula y genera conflictos para manchar la imagen de Mozart. Lo odia tanto que encuentra la forma perfecta para deshacerse de él: se hace pasar por un hombre enmascarado que le encarga un réquiem para un supuesto funeral. Mozart acepta y esta será su última obra antes de su muerte. Sumido por el alcohol, de a poco se enferma hasta que llega el final de la película donde continúa con el encargue musical de la mano del mismo Salieri y, aunque no la puede finalizar, lo ayuda a completar la pieza.

¿Refleja Amadeus la envidia y competencia que convive entre los artistas? Solo si uno es tan miserable como el personaje de Salieri supone que sí. Porque la realidad es que los genios son pocos, y no se encuentran solo en el ámbito artístico como muchos quieren creer: hay abogados genios, contadores genios, científicos genios. Entonces es ridículo sostener que en el arte solo las mentes brillantes son los que tendrán reconocimiento desde su juventud y el resto no. Por un lado, porque estos también deben tener las mismas oportunidades socioeconómicas para poder distinguirse en este mundo tan hostil, donde una parte de la población vive en la miseria. Por otro, la realidad confirma que el resto se destaca por su nivel de potencial para la disciplina en la que se desenvuelve. Con estudio, perseverancia y contactos personales se puede hacer un camino en el terreno artístico.

 Como el arte es una disciplina aún idealizada por algunos, existe la creencia que es solo para los genios, cuando en verdad las profesiones funcionan todas por igual. Como si las obras que obtienen reconocimiento fueran producto solo estos y no porque hubo un artista que supo relacionarse y desenvolverse en el mercado para lograr tener un lugar en el mundo artístico.

 Mozart era un niño prodigio y Salieri se convierte en su sombra con su llegada a la corte de Viena. Es la historia de un personaje que buscará cualquier forma para deshacerse del joven. Su pacto con Dios, de darle su castidad y devoción a cambio de iluminación musical, se ve alterado cuando conoce a Mozart; quien no es más que un joven mujeriego y a veces impertinente, que pareciera que Dios le concedió lo que Salieri siempre quiso.

La película se desarrolla en una época en la que el arte era relacionado con el orden de lo divino y la supuesta «inspiración» llegaba a unos pocos. Pero la verdad es que el joven Mozart estudió y trabajó como cualquier ser humano ordinario.

 La historia culmina con la muerte del joven y Salieri termina sus días encerrado en un manicomio tras tener un intento de suicidio. Se confiesa con un sacerdote (a quien le cuenta toda la historia que desarrolla la película) y se autoproclama «Santo de la Mediocridad». Tal vez lo que lo hacía tan mediocre era su exorbitante envidia y obsesión por Mozart y no tanto su música.

 Amadeus se encuentra entre mis películas predilectas por su desarrollo, su fotografía y el suspenso de la trama de como un joven prodigio enloquece y se enferma de a poco. Queda para Salieri la vida y la vejez en el arrepentimiento por contribuir, como aquel individuo enmascarado, con la locura del joven compositor. Culmina la película con la imagen de un manicomio donde el personaje pasará el resto de sus días. Salieri, el Envidioso.


viernes, 3 de abril de 2020

La sexualidad



Aceptar nuestras formas de relacionarnos con el mundo cuesta valentía, porque ser uno mismo es repudiado por un sector de la población y la homosexualidad es aún mal vista, muchas mujeres y hombres han sido condenados por sus placeres sexuales.

 Los besos gays aparentan abrir heridas de nuestra cultura que parecían encontrarse cerradas. ¿Cuánto valor cuesta ser uno mismo? Yo formo parte de la generación que eligió vivir nuestras sexualidades y formas de encontrar nuestros cuerpos en libertad. Elegimos lo que nos complace y a veces esto no coincide con los mandatos culturales o familiares con los que nos criaron. Por eso hay que tener coraje, en este mundo tan siniestro, para elegir mostrarse tal como uno es.

 Se trata de dejar de lado los preconceptos y los prejuicios con los que nos criaron para poder sobrellevar nuestras existencias de maneras más saludables y no reprimidas. Hay que hacer el ejercicio de dejar a un lado todas aquellas falsas definiciones con las que nuestros cuerpos se formaron. Que por ser mujer o varón tales cosas nos tienen que funcionar o tales otras nos tienen que repugnar.

 A la sociedad le duele nuestra valentía de ser nosotros mismo porque está acostumbrada a la represión. Esto sería: callar los ideales y no pelear por nuestros derechos. Hoy más que nunca defiendo el libre ejercicio de nuestra sexualidad, elegir nuestro camino debería ser nuestro mayor mandato, y no complacer los sentimientos de una cultura que busca tenernos encerrados y obedientes a su omnipresencia.

 Por todo eso, hoy más que nunca sostengo que hay que defender el libre conectar de nuestros cuerpos. Ser homosexual, bisexual, pansexual o cualquier etiqueta a la que se le quiera adherir no deberían ser condiciones para un ocultamiento. Ser quien se es no debería ser una condena. Nuestras vidas no tendrían que estar condicionadas por el gatillo de un geronte que cría machos para reproducir su doctrina de odio.

 Tenemos el derecho humano de ser libres de querer y desear sin límites de sexo o género. Que nadie te quite el poder de complacer tu deseo, que sin él no estaríamos ni siquiera existiendo.

sábado, 21 de marzo de 2020

Los treinta

                                                   
                                                        Ilustración: Miss.Van

La sociedad de la que formamos parte nos inculca el miedo a concluir la juventud y acercarse más a la muerte, por este motivo se llena de prejuicios que giran en torno a la vejez. Como si una persona que llega a los cincuenta años no puede tener sexo, viajar o enamorarse, como si alguien que cumple setenta ya se encuentra en un cementerio y no puede disfrutar de sus años con mayor sabiduría.

 Son preconceptos que inventa el sistema y los reproduce, en su mayor parte, a través de los medios masivos de comunicación. Los mismos que te dicen como tenés que vestirte si sos una mujer o como tenés que oler si sos un hombre. Los medios inculcan en los ciudadanos que envejecer es lo peor que te puede pasar.

 Quiero creer que mis veinte años no van a ser mi mejor década porque si es así ya estoy perdida. Recibo mis nuevos tiempos con aprendizaje y no me importa que eso me haga más vieja. La cultura en la que vivimos es una cultura que nos dice que tenemos que anhelar la juventud, como si esta fuese igual para todos, como si todos la transitáramos de la misma manera.

 Aunque vaya a extrañar mi piel firme no hay nada como sentir que el dolor va a ser más leve. No voy a anhelar volver a mis veinte y repetir mi locura, no voy a sentir que si retrocedo el tiempo voy a hacer las cosas de otra forma, porque haría que hoy no fuese la persona que soy.

Esto hace que no le tenga miedo a los treinta, y el efecto mediático que buscan inculcar no es de mi interés personal. Dejo espacio a que entre lo nuevo y descarto los percances de los que he sobrevivido, allá por mis años veinte.

viernes, 6 de marzo de 2020

La locura



Ilustración: Helga Berger


 El término «locura» está manchado por una serie de prejuicios y preconceptos que hacen de esa palabra una condena para la persona que se encuentra padeciendo algún tipo de conflicto mental, como si no hubiese gente con conductas tóxicas que lo alejan del sentido de lo saludable.

 Este término es utilizado para discriminar a personas que necesitan de cierto dispositivo como el psicofármaco para llevar una vida más equilibrada. «Loco» sería aquel que no tiene sus cabales en orden, que no cumple con la norma establecida, y como necesita ayuda médica se lo crucifica en esta categoría que produce espanto en personas que han tenido la suerte de no necesitarla.

 ¿Cuántas personas no consumen psicofármacos ni han estado internadas, pero tienen conductas tóxicas y producen daños en las personas que les rodean? ¿Cuántos cerebros libres de psicotrópicos son enfermos con constancia y no están etiquetados en esta categoría, que pareciera ser fatal para cierto sector de la sociedad?

 No hay que tener miedo a estar loco, porque en verdad todos somos sanos o enfermos en algún momento de nuestra vida. Nadie se encuentra exento de toxinas, todos hemos hecho daño o nos han dañado.

 Con la palabra «locura» se ha designado y marginalizado a personas que han tenido padecimientos mentales, y muchas de ellas fueron personas brillantes. Michel Foucault estuvo internado en una institución psiquiátrica y eso no le imposibilitó luego desarrollar su obra y vivir con una calidad de vida más estable. Grandes pintores fueron delirantes y son las personas que más legados han dejado en este mundo que quiere condenarlos en esta categoría tan controversial.

 «Loco» es aquel que no cumple con la norma, que es tan inteligente que construye otras realidades con su mente. «Loco» es aquel que no calla sus ideas y que se mantiene por el mundo de la forma que le han enseñado. «Loco» es aquel al que el sistema le tiene miedo, porque puede cuestionar las maneras en las que funciona, porque devela que todos somos diversos y atenta contra la homogeneización de la que intentan hacernos parte. Por eso suelen ser las personas más geniales y manejan niveles de intensidad muy altos, tanto que a veces sus mentes les juegan malas pasadas.

 No hay que temerle a una persona a quien han forzado a entrar en esa categoría, porque sin ellos hoy el mundo seria aún más adverso.

miércoles, 4 de marzo de 2020

El talento


Las Meninas de Diego Velázquez


 Muchas personas dicen no tener creatividad, entendiéndola como un don mágico que solo unos pocos llevamos consigo. Muchos no comprenden que la creatividad es inherente a la raza humana y que lo que se necesita es ejercitarla para que una persona pueda expresarse de manera artística con mayor fluidez.

 Aquel «talento», que muchas personas aún sostienen que existe, no es más que un factor determinante que deviene de las oportunidades socio económicas de la persona en cuestión. Además de otros privilegios, como tener un respaldo familiar que facilite el ejercicio del arte en una persona en edad muy temprana.

 Si una parte de la población es excluida del capital cultural y los recursos económicos, lo que decanta en una falta de oportunidades en diversos aspectos, no podemos hablar de personas iluminadas.

 La palabra «talento» no es la adecuada para hablar de las capacidades artísticas de una persona porque la pobreza hace que se excluyan a muchas de esa categoría, por eso es más adecuado hablar de «potencial». Todos los seres humanos somos potencia. Hacemos el ejercicio de practicar lo que más necesitamos y lo que nuestra pulsión nos indica. Podemos aprender el lenguaje plástico con práctica y perseverancia, y saber que esto no se trata de inspiraciones ni actos iluminadores, sino de trabajo.

 El arte, de alguna forma, se encuentra sacralizado, como si funcionara de manera muy diferente a otras disciplinas y profesiones. Cuando la verdad es que se lo mitifica para beneficiar a un sistema que necesita que ese mito continúe reproduciéndose para que se formen menos cantidad de artistas. Esto se debe a que el arte es una profesión peligrosa, al sistema no le conviene que haya personas que lo cuestionen de manera creativa, por el mismo motivo que intenta excluir a la educación artística de las escuelas, les quitan la oportunidad de expresarse a les niñes más humildes, mientras estupidizan a los más ricos.

 Es una lucha constante lograr que la educación artística tenga lugar en estos recintos para que se reparta su capital de manera más equitativa, y no nos quedemos con la duda de cuántos cerebros se queman con poxiran, en lugar de estar aprendiendo para lograr comprender el funcionamiento de esta sociedad.

 Por todo esto niego que exista el talento, todos los ciudadanos tenemos el derecho a acceder a la actividad artística, desde pequeños y en la adultez. Que nadie te niegue la posibilidad de manifestar tu creatividad, porque es lo que enriquece a nuestro espíritu y permite que veamos la realidad desde otras perspectivas. Nos cuestionamos y pensamos al mundo de otras maneras y es eso lo que no quieren que suceda.

 No tenés que ser músico para disfrutar de un concierto ni ser literato para escribir poesía, todo lo que hace falta es pasión y sensibilidad, de eso se nutren los artistas. Es lo que permite tejer este entramado de símbolos que nos llevan al reconocimiento de otros puntos de vista.

 

miércoles, 5 de febrero de 2020

La tragedia

                                           
                                               Ilustración: Abraham Pether


  El encanto por la tragedia se encuentra en una parte ser humano que ansía y busca sentir en su cuerpo las aberraciones del sufrimiento. Es una atracción contradictoria en la que, por un lado, buscamos luz, a lo que se supone que debemos de aspirar dentro de nuestras existencias; y por el otro, la atracción por la oscuridad es tan normal como buscar el tallo de una flor en crecimiento.

 Lo horripilante aparece hasta en una búsqueda estética. Escribimos literatura visceral, llenamos lienzos, nos adentramos en la oscuridad y la perversidad del mundo por el simple placer humano y su incapacidad de atenerse a la posible pérdida de toda la belleza luminosa de la vida terrenal.

Somos una dualidad y todo lo que pareciera asemejarse a una tragedia puede tener una atracción fatal. La literatura terrorífica existió por razones concretas. Bram Stoker, Villiers de I'sle Adam, Allan Poe hicieron su trabajo en años de guerra, cuando la pintura era en ocasiones paisajística, no todos tenían la valentía de representar el horror del acero. Fueron verdaderas películas de terror que afectaron también a la pintura, así como todos los aspectos de la vida humana.

 No todas las personas pueden soportar enfrentar un cuadro de Edwar Munch, apreciarlo y regocijarse con él, la pintura también ayuda a detectar cobardes, y es que no se puede transar con el horror sin haber vivido un poco de oscuridad y pasar por el trayecto de verse a solas con ella. Por eso hay almas susceptibles que no soportan esas imágenes, no pueden hacerle frente a un lado inevitable de la condición humana.

 Sin embargo, el dolor existe y se lo puede encontrar en la producción artística. Se trata de la elección que quiera hacer un lector o un espectador, escaparse del horror o contemplarlo y hacer las paces con él.

martes, 4 de febrero de 2020

El número siete


                                                   Ilustración: Nicolette Ciccoli


Con frecuencia hago intentos de no detenerme a realizar evocaciones de lo acontecido en un tiempo pasado. Me mantengo ocupada, y disfrazo mis necesidades retroactivas con un sin fin de tareas y actividades inconclusas. Pero me es inevitable no recordar que hace diez años vivía mis diecisiete, y pese a haberlos comenzado sumida en un abismo existencial, que mantengo alejado con inexorables cantidades de palabras y trazos, puedo recordar que fue un año que trascurrió en una sucesión de descubrimientos, que no podría decir que no me direccionaron hacia la persona que terminé por convertirme.

Mis diecisiete años fueron el momento en el que reaccioné y descubrí que no anhelaba trabajar como profesora de literatura ni mucho menos hacer crítica literaria. Fue el año en que las palabras se disiparon, porque, ya lo ha dicho Cortázar: «Las palabras nunca alcanzan, cuando lo que hay que decir desborda el alma». Redescubrí el mundo estético, el que me había acompañado durante ese corto tramo. Me refugié en la materialidad, en la obsesión por lo cromático, en la poética visual.

En esos tiempos comprendí, también, que las escuelas están construidas sobre el prototipo de cárceles, que aprisionan a las mentes a través de formas de disciplinamiento, y que, si no hubiese sido por algunos profesores, que destinaban algunas de sus horas de trabajo en hacer militancia, tal vez no hubiese tenido la necesidad de escribir esto. Puede que las clases de ciencias se convirtieran en debates sociológicos y poco aprendí de cálculos, anatomía y compuestos; pero no era relevante, porque de esa manera fui afianzando el valor de la enseñanza pública y democrática.

Fue el año en que comenzó a parecerme sospechoso el pequeño espacio que ocupaba, en aquellas celdas, el arte en todas sus expresiones. Llegó el día en que comprendí que no podría alcanzar la dicha, porque yo aspiraba a la vida bohemia, a trazar todas las hojas que encontraba en mi camino con dibujos que a nadie le importarían, arrojar todo tipo de convenciones hacia un precipicio, encontrar el sentido produciendo cosas que, a simple vista, parecieran no tenerlo.

Fue la vez que visité una muestra visual en la galería de un teatro, y descubrí el arte conceptual. La primera que me indigné frente a un cuadro, y sentí un vacío gigante en medio de una sala de exposición, y en el camino a casa me cuestioné el universo artístico por primerísima vez en estos diez años. Fue la edad en que me volví feminista, que logré entender que el sexo no condiciona al género. Que vivimos en un entramado simbólico que nos aprisiona y encasilla, que nunca más volvería a comprender la realidad como creía comprenderla hasta ese entonces. Me volví tolerante, y dejé de expresarme con ciertas palabras y descubrí, con el tiempo, que se vive más libre y feliz de esa forma, pero más indignado.

 La vez que no lo soporté, mientras veía La noche de los lápices, y juré nunca callar mis ideas. Que tomé la decisión de estudiar artes visuales, uno de esos lenguajes que parece que el sistema considera que no es importante aprender. Que oí por primera vez la palabra «contracultura», y me entusiasmé mientras comprendía su significado. Leí sobre el mundo de los años sesenta, e indagué respecto al Instituto di Tella y esa explosión de ideas que en mi país se exterminó. Comenzó a gustarme la psicodelia y lo pictórico, mientras me idealizaba, distante de todas esas ataduras que el género condiciona.

Mis diecisiete fueron el año que comprendí que uno puede llegar a convertirse en todo lo que ambiciona ser. Me desuní de aquella ligazón que me retenía, de los sujetos que me cuestionaban por bufonearme sin escrúpulos de las convenciones, de los preceptos culturales y de los mandatos ridículos, que intentaban convertirme en todo lo que aborrezco. Porque es el único método de resistencia que tenemos los humanos a veces: dejar prejuicios, espacios y personas para lograrlo.

domingo, 26 de enero de 2020

Los aciertos



Fotografía: Andrei Tarkovsky


Walt Whitman escribió una frase que dice: «Cada partícula de mi ser es un milagro». Esto solo se puede comprender si uno llega a cierto grado de plenitud, y aunque alcanzarlo no es una tarea fácil, invierto todas mis fuerzas para lograrlo.

 Poder disfrutar de los detalles que nos rodean es más complejo de lo que parece. La brisa de una mañana, el sol cuando se esconde, el canto de los pájaros, saborear una taza de café y no afligirse. Solo alcanzar a cada uno de esos instantes sin estar atareados por pensamientos que obstruyan.

Entender que la poesía se encuentra en las cosas más sencillas y que no tiene por qué hablar de grandes temas existenciales. Dejarse fluir por momentos e ideas que nos encaminen hacia la dirección correcta, saber con certeza que cuando uno se encuentra siguiendo el camino de su propio deseo se está en el lugar correcto.

 Lo mejor es abrazar ese instante, porque nunca se sabe cuándo podríamos perderlo. Amarrarlo con fuerza y dejarnos llevar por la corriente que, con sus vaivenes, nos deja transitar por el camino de la satisfacción, de saber que hemos logrado un verdadero acierto.