A lo largo de los cambios culturales que nuestra sociedad ha atravesado, los cánones de belleza se han transformado acorde a las épocas. La pintura, la fotografía, el cine y luego la publicidad han dejado plasmados los conceptos que atañen a lo bello y en cómo se lo piensa en cada uno de esos períodos. La belleza en el Renacimiento difiere de la belleza romántica y a su vez, esta se diferenciará de la belleza publicitaria de los años sesenta.
Siempre que se habla de lo «bello», como un concepto que
implica una norma de lo que entra o no en esa categoría, solemos pensar en
cuerpos de mujeres, como si las masculinidades no fueran portadoras de
sensualidad y estilo. La historia del arte se encargó de cosificar a las
mujeres, por eso cuando hablamos de «belleza pre rafaelista» se nos vienen a la mente aquellas jóvenes con sus
cuerpos desnudos que reposan en un bosque como ninfas. O cuando hablamos de «belleza renacentista» pensamos en las venus
de Botticelli, con hombros caídos y cuerpos con curvas voluptuosas.
Sin embargo, la realidad es que el concepto de
belleza siempre será subjetivo, pese a que existe un orden que quiere imponerse
como el discurso estético dominante. Hay cánones y estilos propios de cada
época, y lo que no cumple con esos requisitos pasaría al plano de la fealdad.
La belleza no es más que un estado anímico,
todos somos bellos de acuerdo con el ojo de quien nos observe. Existen
hegemonías y bellezas comerciales, pero la realidad es que lo determina la
subjetividad de quien la contempla, por lo que no existe un único concepto de
belleza.
Es tan diverso el abanico como personas que
existen. Esta llega a su plenitud cuando hay un estado mental saludable y una
actitud que la acompañan, lejos de encontrarse en los rasgos físicos o en los
cuerpos hegemónicos. Es algo que no puede definirse en lo tangible, es un
estado de plenitud que la persona manifiesta, que incide en la imagen, la
vestimenta y la desenvoltura.
Lo bello no es un cuerpo proporcionado ni es
un rostro perfecto ni unos ojos deslumbrantes, no se trata de los cánones del
momento, es algo mucho más profundo, que nos atañe como seres humanos. Es esa
chispa que una persona irradia, una sonrisa auténtica, es el producto de un
trabajo emocional en la autoestima de una persona, lejos se encuentra de las
evaluaciones físicas que pueda hacerse en nombre de la estética.
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