En 1997, el director Alain Berliner estrenaba su película Mi vida en rosa, un drama que gira en torno al personaje de Ludovic, un niño que se piensa así mismo como una niña, y que no comprende, si él se siente de ese modo, por qué tiene el cuerpo de un varón, motivo que hará que la historia nos muestre todas las explicaciones que el niñe inventa sobre por qué habita un cuerpo que no siente como propio.
Los
padres del pequeño lo reprimen al descubrir que sucede algo con otro niño,
cuando ven que ambos juegan a que contraen matrimonio, mientras Ludovic viste
un vestido y se encuentra a punto de besar a un varón. Esto genera un gran
escándalo dentro de la familia y a Ludovic se le prohíbe relacionarse con aquel
otro niñe. Los giros de la trama hacen que dentro del vecindario se descubra la
«trasgresión» del
pequeño, razón por la cual la familia decide mudarse a otro barrio.
Mi
vida en rosa es la historia que atraviesan muchas
personas. ¿Logramos comprender las personas cis el sufrimiento que conlleva ser
portador de un sexo ajeno? ¿Podemos sentir en carne propia lo que es habitar un
cuerpo que nuestra psiquis no reconoce como propio?
Son
muchos los interrogantes que pueden hacerse sobre la transexualidad, porque
podemos empatizar sobre el conflicto social que conlleva, pero la realidad es
que los cuerpos cis no podemos llegar a dimensionar el sufrimiento de ser
condenado por no concordar con el cuerpo designado al nacer.
La
película de Berliner nos muestra cómo el protagonista inventa teorías y busca
explicaciones de cómo se cometió un error al haber nacido en cuerpo de varón.
Nos hace reflexionar sobre cómo se construye el género, contextualizado en un
entramado cultural y no como algo dado dentro del orden de lo biológico.
El
protagonista es castigado por sus padres por querer usar vestidos y arreglarse,
tal y como se le permite a una niña. Sobre la figura del varón pesa una serie
de prejuicios y condenas sobre lo que debe hacer y lo que lo convierte en un «marica». El
hombre crece junto a una serie de exigencias en torno a su virilidad y en cómo
debe comportarse o relacionarse con las mujeres.
La
madre de Ludovic lo castiga y reprende, mientras lo trata como si fuese le
vergüenza de la familia. Sin embargo, una persona que encuentra su género o que
descubre su sexualidad nada la va a detener para realizarse. Ningún castigo o
restricción iba a hacer que Ludovic se comportara como un niño y sacrificara su
propia libertad, no hay represión que pueda con el deseo sexual o el
reconocimiento dentro de un género en este mundo binario.
Nos
inculcan que determinados comportamientos son de una dama, que tales
actividades son para los caballeros, quienes no deben llevar puesto vestidos,
no como Ludovic que con alegría elige sus prendas rosadas que tanta devoción le
provocan.
Una
persona que no entra dentro de esta lógica binaria suele ser discriminada,
burlada y castigada por la sociedad de la que forma parte. La cultura dominante
buscará reprimirle sus impulsos carnales de ser él mismo, y aún si eso implica
los espantos sociales que produce un hombre vestido con pollera y guillerminas,
nada detendrá a quien elige seguir su propio deseo.
Ninguna mujer cis es más femenina ni más
auténtica que una mujer transexual, que tiene que luchar para ser reconocida
como tal. Ningún hombre trans merece una violación por no cumplir con los
estándares sociales que nos han impuesto ¿Cuántas injusticias más hay que
tolerar por soportar a un sector retrógrada que se manifiesta con odio ante
cualquier transformación cultural que acontece? ¿Cuántos y cuántas Ludovic
luchan, desde los brazos maternos, para poder ser felices con el cuerpo en el
que nacieron?
Les
niñes merecen crecer con libres posibilidades para elegir el propio camino que
como adultos continuarán y hacer caso omiso de los mandatos que les intenta
imponer el resto de la sociedad.