jueves, 8 de septiembre de 2016

El terror

                                                    Ilustraión Benjamim Lamcombe

El terror no se encuentra en la sangre o en el cuchillo que adquiera más filo. No está en un cañón de guerra ni en la ametralladora más atemorizante. Tampoco se encuentra en historias donde habitan fantasmas y secuestran campesinos para encerrarlos en calabozos. No es ni Drácula con sus colmillos atacando doncellas, ni Frankenstein escapando del laboratorio, ni la más cruel de las versiones de Mr. Hyde en la Londres victoriana. El terror está en las emociones, en la propia alma de quien experimenta abismos infernales, en las situaciones más cotidianas. En quien cae en la locura y se encierra en su propia camisa de fuerza, aquella simbólica compañía de quien no encuentra salida para su tormento. Está en las relaciones humanas, en los más enfermizos vínculos que se contraen, en el ir y venir de la existencia, en los llantos al vacío, en la más latente ausencia, en las pesadillas que vivenciamos despiertos.

 

 Una casa puede convertirse en el escenario más terrorífico, una silla o una mesa ser la utilería más fatal para el desarrollo de una historia. La mente sucumbe en los momentos más rutinarios de quien la padece, la alcoba se transforma en un desierto; testigo de nuestros vaivenes interiores. El dolor se plasma en todos los ámbitos del atormentado, y el crimen final es el que nos quita el aliento. El terror está donde menos se lo espera.