martes, 13 de octubre de 2020

El deseo ignorado

 


Pintura: Daniel Barkey



Durante siglos existió la creencia de que belleza y sensualidad eran sinónimos de mujer. Los atributos que se le asignaban, y que la diferenciaban de forma tan opuesta al género masculino, configuraron no solo una visión estereotipada sobre la femineidad, también un ideal de belleza dentro de la estética que los artistas se empecinarían en alcanzar. La concepción de lo bello irá mutando y se acomodará a cada uno de los contextos socioculturales de los momentos que constituirán la Historia del Arte. No es lo mismo analizar el desnudo de un pintor renacentista donde, ante todo, se aspiraba a llegar a la armonía y proporcionalidad de las formas que hablar de la belleza romántica, que se opone a los dominios de la razón. No obstante, el cuerpo femenino continuó siendo la devoción de los artistas, incluso también en las mujeres que en el arte comenzaron a tener reconocimiento por su trabajo.

 En determinado momento de esta historia comienzan a aparecer obras que demuestran que el cuerpo masculino tiene el mismo potencial de mostrar su belleza y que, en realidad, lo que cambia es la mirada; que deja de estar determinada por la cultura patriarcal dominante. El hombre comienza a ser mostrado en actitudes más femeninas o amaneradas, cambiando las poses que el pintor elige para representar a su modelo. Se exaltan otras cualidades de su cuerpo, se busca generar sus propias curvas, cuestiones que genera una ruptura con el concepto trillado de virilidad. Estas imágenes no tienen la intención de enmarcar al varón por sus cualidades biológicas o capacidades físicas; por el contrario, muestran un lado más sensible, e inherente a todo ser humano, que generan una ruptura con los cánones de belleza que el arte solía utilizar.

 Sin embargo, estas obras no son las que se muestran con mayor frecuencia, o por lo menos no se encuentran en el discurso estético dominante. Aquella concepción de la belleza como un atributo femenino se vio llevada a su punto máximo con la aparición de los medios masivos de comunicación. El resultado fue un nuevo tipo de control del sistema patriarcal a través del uso de la imagen visual, más efectivo e inmediato. Las mujeres comenzaron su emancipación económica; pero continuaron, inclusive hasta el día de hoy, siendo un objeto mercantilizado y dominado por la industria del sexo.

Cuando visito museos de arte y observo cada uno de los desnudos que conserva su patrimonio, me es inevitable preguntarme una y otra vez: ¿Dónde se encuentra el deseo sexual femenino?  Cada imagen que se recorre está pensada para la masculinidad dominante, el lugar de la mujer en un museo está también al servicio la sexualización de su cuerpo en la imagen. ¿Dónde están los hombres desnudos con sus cuerpos esbeltos y sensuales? Al observar el cuadro de una joven que reposa entre pliegues y almohadones, mientras mira con sus ojos al espectador, interpelándolo con la mirada, no puedo evitar preguntarme: ¿Dónde se encuentra el deseo de la mujer en la Historia del Arte?

¿Se supone que me tengo que identificar con ese desnudo de la amante de un tal Luis no sé cuánto? ¿Acaso me tengo que conformar con verme reflejada como objeto sexualizado y nunca como persona íntegra? ¿Dónde están las mujeres artistas pintando desnudos masculinos?

 Los muesos especializados en Historia del Arte o en Arte Moderno son los principales proveedores de pornografía histórica, instituciones que brinda un culto al pene hétero, donde las pintoras mujeres escasean. Finalizo con una frase emblemática del colectivo artístico Guerrilla Girls: «¿Tienen que estar desnudas las mujeres para estar en el museo metropolitano?» Hasta ahora pareciera que sí.