Siempre se ha dicho que la «locura»
acompaña a algunos artistas y que de una idea imaginaria crean una realidad
simbólica y la reproducen en su obra. Aquella idea, en apariencia tan
delirante, se transforma en una forma de salud mental que nos permite repensar
los procesos sociales que nuestra cultura atraviesa, a través del consumo de
obras de arte. «Locura» y «salud» se
convierten en dos elementos que se fusionan en la producción artística, es
saludable tanto para quien la produce como para quien la consume.
Es
imposible pensar en los
cuadros de Munch o en las tormentas que Turner
representan en sus pinturas al óleo y no interrogarnos sobre qué hay por detrás
de cada una de ellas ¿Puede surgir, de este modo, algo tan saludable como es el
hacer artístico? ¿Se requiere estar «fuera de sí» para
pintar como Van Gogh? Puede que exista un elemento delirante que sea
imprescindible para representar algún tipo de escena desgarradora, pero no se
aplica a todos los casos.
El «loco» no
deja de ser hoy en día una figura controversial, que causa escándalo en todo lo
que se piensa del orden de lo «normal», en
quienes han tenido la suerte de no vivenciar las situaciones adversas que una
persona con padecimientos mentales ha tenido que vivir contra su voluntad. Son
marginados y muchos de ellos transitan sus vidas en el abandono y el encierro.
Como dijo Frank Zappa en una de sus canciones: «(…)
aquellos que no tienen miedo de decir lo que piensan. Los relegados de la gran
sociedad».
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