El arte es una actividad considerada
peligrosa y ha sido denominada «subversiva» en
otros tiempos de la historia argentina. El sistema suprime materias artísticas
de los diseños curriculares con los que se rige la educación pública y privada
para impedir que sus ciudadanos se cuestionen la realidad que los
circunscriben.
¿Es
necesario quitar el arte de las instituciones educativas y bajarle el
presupuesto a la gestión cultural para que estos no se hagan interrogantes que,
de otra manera, nunca se los hubieran hecho? Pareciera que es la forma más
efectiva que se ha encontrado para mantener a un pueblo callado; por eso la
prohibición, la censura y la destrucción de libros, los centros culturales sin
fondos económicos, las obras plásticas sin mantenimiento, el patrimonio
cultural devastado.
Hay
una ideología que se impone para dejar de lado la financiación de toda cuestión
referida a lo artístico y lo cultural para que esta no incida de manera
preocupante en quienes tienen el poder económico de una sociedad. Destruir la
arquitectura histórica, dejar que los museos se deterioren o ignorar la
importancia de las bibliotecas públicas son una forma de eliminar documentos
históricos; es dejar en la ignorancia las funciones de una obra de arte, en
este caso: dar cuenta de un testimonio único e irrepetible en la Historia,
porque surge de la mentalidad de un ciudadano específico, testigo de determinado
momento histórico.
El
arte sirve para visibilizar grietas del funcionamiento social, nos hace
entender que existen otras realidades posibles, pero, sobre todo, que vivimos
dentro de una realidad que podría ser diferente si cada uno tuviera la
intención de transformarla. El artista es un profesional peligroso y el sistema
buscará invisibilizarlo de cualquier manera: reprimiendo artistas callejeros,
recortando presupuesto o no dándole la importancia que debería tener en las
escuelas. Por eso hay que estar atentos y no permitir que se nos quite el
derecho de consumir obras de arte y hacer de su lectura una posible rebeldía.