La literatura y la ficción tienen la
cualidad de crear la ilusión de satisfacer deseos que no han sido cumplidos en
un pasado. Esto se logra al escribir situaciones y escenas donde los personajes
encarnan un yo hipotético que cumple aquel deseo que nunca llegó a satisfacerse
en el plano de la realidad.
Hay
quien dice que no hay peor duelo que aquel que debe elaborarse sobre un deseo
incumplido. En este aspecto, la literatura puede servir como una especie de
consuelo.
Aquello que alguien quiso alcanzarlo, pero que
por alguna razón no llegó a su punto cúlmine, puede llegar a convertirse en
motivo de angustia y tristeza. Quien escribe le dará vida aquel deseo a través
del lenguaje, consolará sus penas y hará que aquello que no se ha concluido
pueda tener vida a través de las palabras, lo hará existir dentro de un aspecto
simbólico.
Lo
que produce dolor es perder algo que ni siquiera existió, es elaborar un duelo
sobre una falta, ausencia e inexistencia de algo que uno quisiera que hubiese
acontecido. De nada sirve el remordimiento de algo semejante por más difícil que
sea, el dolor por la experiencia no vivida debería focalizarse en construir
algo en el futuro. El deseo insatisfecho nos lleva a aferrarnos más a aquel
pasado, lo que sería mucho menos angustiante si aquel se hubiese tratado de
metas alcanzadas.
En
este punto es cuando la literatura puede llegar a ser terapéutica, porque con
ella podemos vivenciar todas las historias que a nuestra imaginación se le
ocurra. Tal vez pueda consolar algo de aquel deseo roto y reparar, con las
palabras, algo del dolor que nos produce haber desperdiciado algo tan valioso
como nuestro tiempo de vida.