En 1984 se estrenó en
los cines la película Amadeus, una historia ficticia entre los
personajes de Wolfgang Amadeus Mozart y el maestro compositor de la corte alemana:
Antonio Salieri.
Mozart es un joven, niño prodigio, que llega a
la corte de Viena para trabajar al servicio del Rey. Allí conoce al maestro
Salieri, quien se encarga de enseñarle piano al mandatario y de dirigir
espectáculos para toda la corte.
Esta es la historia de la envidia de un
artista, considerado a sí mismo como un mediocre, hacia otro, considerado un
genio musical. El personaje despreciable de Salieri manipula y genera
conflictos para manchar la imagen de Mozart. Lo odia tanto que encuentra la
forma perfecta para deshacerse de él: se hace pasar por un hombre enmascarado
que le encarga un réquiem para un supuesto funeral. Mozart acepta y esta será
su última obra antes de su muerte. Sumido por el alcohol, de a poco se enferma
hasta que llega el final de la película donde continúa con el encargue musical
de la mano del mismo Salieri y, aunque no la puede finalizar, lo ayuda a
completar la pieza.
¿Refleja Amadeus
la envidia y competencia que convive entre los artistas? Solo si uno es tan
miserable como el personaje de Salieri supone que sí. Porque la realidad es que
los genios son pocos, y no se encuentran solo en el ámbito artístico como
muchos quieren creer: hay abogados genios, contadores genios, científicos
genios. Entonces es ridículo sostener que en el arte solo las mentes brillantes
son los que tendrán reconocimiento desde su juventud y el resto no. Por un
lado, porque estos también deben tener las mismas oportunidades socioeconómicas
para poder distinguirse en este mundo tan hostil, donde una parte de la
población vive en la miseria. Por otro, la realidad confirma que el resto se
destaca por su nivel de potencial para la disciplina en la que se desenvuelve.
Con estudio, perseverancia y contactos personales se puede hacer un camino en
el terreno artístico.
Como el arte es una disciplina aún idealizada
por algunos, existe la creencia que es solo para los genios, cuando en verdad
las profesiones funcionan todas por igual. Como si las obras que obtienen
reconocimiento fueran producto solo estos y no porque hubo un artista que supo
relacionarse y desenvolverse en el mercado para lograr tener un lugar en el
mundo artístico.
Mozart era un niño prodigio y Salieri se
convierte en su sombra con su llegada a la corte de Viena. Es la historia de un
personaje que buscará cualquier forma para deshacerse del joven. Su pacto con
Dios, de darle su castidad y devoción a cambio de iluminación musical, se ve
alterado cuando conoce a Mozart; quien no es más que un joven mujeriego y a
veces impertinente, que pareciera que Dios le concedió lo que Salieri siempre
quiso.
La película se
desarrolla en una época en la que el arte era relacionado con el orden de lo
divino y la supuesta «inspiración» llegaba a unos pocos. Pero la verdad es que el joven
Mozart estudió y trabajó como cualquier ser humano ordinario.
La historia culmina con la muerte del joven y
Salieri termina sus días encerrado en un manicomio tras tener un intento de
suicidio. Se confiesa con un sacerdote (a quien le cuenta toda la historia que desarrolla
la película) y se autoproclama «Santo de la
Mediocridad». Tal vez lo que lo hacía tan mediocre era
su exorbitante envidia y obsesión por Mozart y no tanto su música.
Amadeus se encuentra entre mis
películas predilectas por su desarrollo, su fotografía y el suspenso de la
trama de como un joven prodigio enloquece y se enferma de a poco. Queda para
Salieri la vida y la vejez en el arrepentimiento por contribuir, como aquel
individuo enmascarado, con la locura del joven compositor. Culmina la película
con la imagen de un manicomio donde el personaje pasará el resto de sus días.
Salieri, el Envidioso.
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